PARA UN GRAN E
IMPERECEDERO MAESTRO
El túnel tenía una
intensa luz que en vez de deslumbrarme me producía una sensación de bienestar y
liviandad. Intentaba infructuosamente palpar mi cuerpo. Oía voces y las
distinguía: “fuerza, papá”, “ánimo, viejito especial”, “no te dejes, regresa”.
Intentaba regresar. Sin embargo, podía más el deseo de conocer qué había al
final de ese gran túnel esplendoroso... De repente, todo cambió.
El parquecito se veía desierto y
la pequeña plataforma extrañaba la alegría de los niños y el derroche de
saberes agropecuarios. La tienda de Juvenal Olano, un caballero a carta cabal,
y la de don Jesús Cóndor, fiel amigo y modelo de solidaridad; estaban cerradas.
Ni un alma. La Huairona ni qué hablar: un silencio de cementerio. En todas las
calles reinaba la soledad. Lo más sorprendente: no sentía aprehensión ni miedo
alguno. Estaba feliz. Era mi paraíso
personal, mi querida y adoptiva tierra. Sin embargo ansiaba ver a una persona,
compañera de mis sueños: la ruta
turística del Pilco, la construcción de su laguna artificial, la piscina, la
participación democrática de estudiantes, la capacitación de los profesores, la
innovación educativa, la búsqueda de nuestras raíces culturales, la
revaloración de nuestro folclore; en suma, una educación de calidad para
Sócota.
Me había quedado tan absorto que
no me había dado cuenta que doña Marianita y su esposo don Eleuterio,
bienhechores del INA 56, estaban en uno de los balcones. Se les veía
relucientes. Quise llamar su atención, mas la presencia bonachona y patriarcal
de Cristóbal centró mi atención.
Y el parque seguía silencioso, sepulcral. “¡Cristóbal! ¡Cristóbal!”, atiné a decir. Su gesto solemne, entre adusto y feliz creó en mí la seguridad de un diálogo fecundo. Y casi al mismo tiempo ya estaba sentado junto a mí. No pude estrechar su fulgente mano, pero su mirada entrañablemente amical me recordó el efecto mutuo que solíamos derrochar en nuestras tertulias, conversaciones jaraneras, discusiones académicas y en nuestras divagaciones de anhelos por ver a nuestra linda tierra en su pleno desarrollo.
Carhuare
Cristóbal, en Huarmaca, provincia
de Huancabamba se celebra Nuestro Señor de la Exaltación de la Cruz. Su día central, el 14
de setiembre, coincide con tu nacimiento, sin embargo no me acuerdo de qué año...
Cristóbal... Nací en 1937 y dejé
esta bella tierra el 28 de junio de 1986; el Señor me llevó a sus lares.
Su respuesta me recordó al maestro que siempre daba la cara en los
momentos difíciles, que no eludía la verdad, por el contrario la buscaba y la
amaba. El hombre bueno, servicial, solidario al que no le gustaban los rodeos.
Siempre me decía “¡Al grano, al grano! De él aprendí a ser más preciso y
concreto porque me gustaba “hablar hasta por los codos”.
Carhuare
Realizaste tus estudios secundarios
en el glorioso San José de Chiclayo al igual que yo. Lo sentí sorprendido. En
efecto nunca conversamos de ello. Dime, ¿qué influencia en tu vida tuvo esta
institución centenaria?
Cristóbal
Llegué cuando el director era el
alemán Karl Wais. La disciplina era férrea. Ni de vainas se permitía el
alboroto, la falta de respeto, la irresponsabilidad. Siempre se veía en la
puerta de su Dirección alumnos estudiando; y siempre pedía a los profesores que
las clases fueran prácticas y dinámicas y exigía trabajos prácticos para
demostrar que se había aprendido. Todas estas vivencias marcaron mi
manera de ser. En vida he tratado de ser exigente conmigo mismo y con los que
estuvieron bajo mi tutela.
Carh
Ahora comprendo la anécdota que
cuenta Myriam. Había desaprobado en Chiclayo el curso de Anatomía, hizo sus
gestiones y consiguió que el colegio La Candelaria autorizara el examen. Tú se
lo tomaste un jueves, a la vista y paciencia de los paisanos que iban a hacer
su mercado en la Plaza de Armas. Hoy Myriam te agradece –a pesar del “cherre” que pasó- porque el efecto
generado fue su preocupación por el estudio y nunca más volvió a salir
desaprobada.
Crist
Sin embargo, “el fin no justifica
los medios”. Fue una época en que el maestro era admirado por su sapiencia, representatividad,
responsabilidad y demasiada estrictez. Y yo me pasé de estricto. ¡Pobre Myriam,
la vergüenza que pasaría!... ¡Ah, y tú también tienes tu historia! ¿Te acuerdas
de Rojitas?... ¡Hasta lo desafiaste!
Era el mismo. El matiz irónico de su advertencia, me produjo la
sensación de que estaba hablando con alguien de carne y hueso
Carh
¡Me duele ese recuerdo! Ojalá que
algún día pueda conversar con él, conocer cuál fue la raíz de mi infeliz
actitud; y por supuesto, pedirle perdón.
Bien, cambiando de tema. Hasta
ahora no me explico por qué dejaste la carrera de medicina. Ya tenías tres años
de estudios en la Universidad de Medicina de Córdoba, Argentina.
Crist
Llegué al
convencimiento que no tenía vocación. Me apasionaba la naturaleza, la defensa
de la biodiversidad, amaba el teatro, la danza, la música, la gastronomía, el
deporte; me sentía un educador en potencia al servicio de mi pueblo. Regresé al
Perú y opté el título de Profesor de Educación Secundaria en la especialidad de
Químico Biológicas (así dice literalmente en el título), en el año 1971, en la
Escuela normal mixta Indoamérica de Trujillo. Ahora sé que me había enamorado
de la Educación.
Carh
De todo ello y doy fe, amigo
Cristóbal. ¡Qué bien preparabas el gato!-
quise ser satírico.
Crist
¡El gato y otros potajes! –Noté
su afable sonrisa y escondido orgullo- ¿Recuerdas cuando Carlitos, tu hijo, se
comió dos platos de tallarines?
Carh
Claro. Siempre estuve agradecido:
mi hijo se curó de una bronquitis asmatiforme. ¿Una casualidad?... Ahora todos me dicen que sí.
Percibí que iba a iniciar un
debate sobre la utilidad de la carne de gato y quise evitarla para no
disgustarlo; y de sopetón le pregunté: ¿Es cierto que utilizaste tu afición por
la danza para conquistar a Gasela?
Se sonrió y un ligero rubor
cubrió sus resplandecientes mejillas. Inclinó su cabeza y pareció meditar. De
pronto, el suelo pareció cubrirse de candelillas, que subían en danza
cadenciosa, triste. Creí que había metido “las patas” y sentí un
sobrecogimiento que me dejó sin aliento. Empezaba a sentirme melancólico.
Felizmente, Cristóbal alzó su rostro y otra vez la cara bonachona y serena me
animó a musitar débilmente una disculpa... Y como respuesta conseguí una
sonrisa.
Crist
Sí, Carlos, es verdad. Cuando
llegué a Sócota venía premunido de planes, entre ellos formar un elenco
folclórico. De pronto, vi la figura y contorno de una gacela humana. Casi al
mismo tiempo sentí agolparse mi sangre en la cara y aturdido surgió una
decisión salvadora: ¡He aquí mi futura esposa!... Y la estrategia nació
natural. La vi caminar, parecía que todo el sistema locomotor estaba destinado
a su grácil caminar. De inmediato me
dediqué a observar a otras señoritas”. - Me sonreí socarronamente- “Sin malicias, Trompudito”, fue una observación profesional.
Carh
Recuerdas que siempre te
jugábamos bromas sobre el tema y como respuesta monocorde, pero vigorosa, nos decías
“bocas sucias”. Yo callaba, pero
asistía, por pura curiosidad de “chismógrafo” a los ensayos de tu elenco. Allí
notaba tu predilección por Gasela, que era la cabeza de grupo y; en algunas de
las demás, entreveía una velada envidia porque hubieran querido recibir tu
admiración.
Esta vez, no más lágrimas. La
dulce mansedumbre de su rostro me traía a la memoria su estado de ánimo cuando
veía a su Gasela del alma, a la mujer de su vida. Si rostro tierno expresaba un
sueño realizado: casarse como Dios manda y procrear tres hermosas criaturas: Rosa
Jacqueline, Julio Cristóbal y Mariana Del Rocío.
Mientras tanto, yo miraba de un
lugar a otro como si quisiera buscar a alguien que diera fe de este inusual
encuentro... Y nadie aparecía y el contexto seguía prodigándome la alegría de
estar la Tierra Bendita. Fue entonces cuando Cristo se paró como señal
inequívoca de despedida. De inmediato, ideé una pregunta cuya respuesta siempre
generó nuestro debate: “¿Recuerdas cuál
fue tu concepción pedagógica en la orientación del aprendizaje de tus alumnos?
Crist.
¡Claro! – Fue su vivaz réplica –
Y tú la compartías.-
Lo expresó con tanto énfasis que
produjo en mi mente el desfile de una serie de imágenes. Evocaba a todos los
alumnos sentados en sus carpetas alrededor del patio principal en donde se
discutía acerca de los problemas disciplinarios. Todos los “profes” orgullosos
nos mirábamos al escuchar las brillantes intervenciones escolares. Queríamos educarlos en y para la democracia y nuestra
intención era formar el Concejo Estudiantil, mas no se logró. “¡Los dos fuimos los únicos y
grandes culpables porque no persistimos en nuestro empeño!”. –Aseveró Cristóbal.
Carh
“Cuánta razón tienes, Cristo se
tuvo miedo al ímpetu juvenil. Y los dos fuimos cómplices porque no supimos
argumentar lo beneficioso que era proyecto”.
Y otra vez la persistencia de las
imágenes: los alumnos, allí en las
orillas del Succe o en las del río Sócota,
manipulando hojas, anotando sus características; y
Cristóbal en medio de ellos aclarando
las dudas, utilizando los términos
precisos que describían correctamente los vegetales que los alumnos iban
recolectando para su herbario. Hoy afirmaríamos que se estaba integrando Ciencia Tecnología y
Ambiente con Comunicación.
Crist
“Tú rememoras solo lo positivo,
en cambio no evocas que era un “mano ligera” cuando llamaba la atención a mis
alumnos. Cuando alguien cometía una torpeza le decía: papito o mamita (según el
caso) ¿qué prefieres? ¿1 punto, 2 puntos, punto y coma, coma o puntos
suspensivos? Los puntos eran cocachos y las comas jalones de pelo que los hacía en forma de comas. Y como siempre había algún despistado que con
los nervios decía puntos suspensivos. ¡Pobre de él! Recibía una retahíla de
cocachitos que lo dejaban “turulato”.
Carh
Paco, un hijo de nuestro común
amigo “Pitirro”, testimoniaba que él tenía miedo a la vergüenza que sentía
porque además del castigo demostrabas que conocías al dedillo sus andanzas y
juergas fuera del colegio...
Crist
Tiempos aquellos en los que nos
preocupaba la vida de nuestros estudiantes para conocerlos mejor y poder
orientarlos en su vida particular. ¿Recuerdas que teníamos nuestro “servicio de
inteligencia?
Carh
Cierto. Los alumnos se admiraban
porque conocíamos tanto de sus vidas. Sin embargo, hasta ahora no hemos tenido
testimonios de cuan efectiva fue nuestra labor de orientación.
De repente sentí un viento cálido
y la egregia figura del amigo se esfumó, abrí los ojos y sorprendido vi en mi
rededor los rostros angustiosos de mis hijos. “¡Creíamos que te nos ibas! ¡Nunca
más vayas en una moto lineal! ¡Saliste volando por los aires! ¡Al caer diste
una serie de volantines, hasta quedar inmóvil, soñado!”
Siempre les he dicho que aprendan
judo porque uno aprende a caer. Tanto se repite el entrenamiento que después tu
cuerpo reacciona instintivamente ante similares circunstancias. Esta habilidad
ganada me ha salvado.
Ya no quise seguir conversando,
simulé que tenía sueño y mi mente elevó una plegaria de agradecimiento “Gracias,
Dios, por haberme enviado un ángel. Él me salvó, el recuerdo de su dinamismo,
su amor por la educación, su exigencia, constancia me recordaron que todavía
tengo una labor que completar”. Y terminé pidiéndole dame otra ocasión, que no
sea un accidente, de volver a conversar con Cristóbal porque tengo mucho que
aprender de él.
Solo en mi habitación y después
de las visitas, agradecido pude escribir este corto pero denso poema que
perfila cómo era Cristóbal Delgado Delgado.
Cristóbal, amigo,
llevabas el verbo
cálido
y mirada límpida.
Doquiera que
extendías la mano
ni las piedras, ni
las espinas, ni la cizaña
ahogaban
las hirvientes
semillas
sembradoras de
anhelos,
de servicio y
amistad.
Hoy tu ausencia se
torna presencia
tu partida, retorno
tu vida, ejemplo
tus sueños,
motivación
tus palabras, acción
tu jolgorio,
reflexión.
Así eras tú
Cristóbal, amigo.